Durante décadas, la Universidad Estatal de San José ha sido un semillero de ingenieros para gigantes como Apple, Google y Cisco. Pero la realidad ha cambiado. El crecimiento del sector tecnológico se desacelera, mientras que el empleo en salud y servicios sociales ha crecido más que en cualquier otro sector en la región —casi 50 mil nuevos puestos en apenas dos años.
La universidad está respondiendo con una estrategia clara: formar profesionales para las necesidades humanas más urgentes del valle.
“Los trabajos en trabajo social y educación no se pueden automatizar ni trasladar a otro país. Son esenciales y profundamente humanos”, explica Melinda Jackson, decana de Educación de Pregrado. “Y aunque no sean los mejor pagados, son los más necesarios”.
LA OTRA CARA DE SILICON VALLEY
En Silicon Valley, una región conocida mundialmente por su innovación tecnológica, un nuevo tipo de profesional está emergiendo con urgencia: los trabajadores sociales.
Genesis Smith, de 25 años, no diseña aplicaciones ni programa algoritmos. En cambio, pasa sus días conduciendo largas horas hasta lugares tan lejanos como Merced, atendiendo casos de niños en custodia protectora, consolando a familias en crisis y tomando decisiones difíciles que marcan vidas. Su labor, como trabajadora social de bienestar infantil en el Condado de Santa Clara, no aparece en titulares de inversión millonaria, pero sí transforma realidades todos los días.
“Amo mi trabajo. Me levanto con ganas de ir a trabajar. Pero no voy a fingir que no es agotador emocionalmente”, confiesa Smith. “Estamos contratando. Mucho”.
Y no es la única. El sistema de servicios sociales de Silicon Valley, agobiado por la escasez de personal, recurre a una fuente vital: la Universidad Estatal de San José (San Jose State University), que se está convirtiendo en la cuna de una nueva generación de trabajadores sociales y servidores públicos que deciden usar su talento no para las grandes tecnológicas, sino para servir a su comunidad.
ESTUDIAR PARA AYUDAR, NO ES FACIL
El camino para convertirse en trabajador social no es sencillo, especialmente en una de las regiones más caras del país. Smith recuerda los sacrificios que tuvo que hacer para completar su maestría en trabajo social en la Universidad de San José.
“Las prácticas eran obligatorias y no pagaban. Estábamos todos quebrados, todo el tiempo”, dice. “Yo pude hacerlo porque vivía con mi mamá. Pero si hubiera tenido que pagar renta, no lo habría logrado”.
La falta de apoyo económico y la carga de prácticas no remuneradas son barreras reales. Muchos estudiantes, en su mayoría primera generación universitaria, deben compaginar estudios con trabajos, cuidar de hermanos o apoyar a sus familias.
Peter Lee, director de la Escuela de Trabajo Social, reconoce el desafío. Por eso han expandido becas y programas de formación que suman más de 28 millones de dólares, aunque enfrenta recortes federales, especialmente a iniciativas centradas en diversidad y equidad.
FORMACION CON PROPÓSITO
A pesar de las dificultades, Smith guarda con cariño las experiencias prácticas que vivió en la Universidad de San José. Uno de los momentos más impactantes fueron las simulaciones en escenarios reales: una casa, una sala de hospital, una audiencia judicial.
“Nos enseñaron cómo tocar la puerta de una familia en crisis, cómo hablar con un padre en un hospital, cómo estar presente en una corte. Lo vivíamos antes de vivirlo”, recuerda.
Esos entrenamientos no sólo prepararon a Smith técnicamente, también la fortalecieron emocionalmente para enfrentar la parte más dura de su trabajo: hablar con padres que no pueden garantizar un hogar seguro para sus hijos.
“Son conversaciones difíciles. ¿Cómo le preguntas a alguien si puede alimentar a su hijo, cuando apenas puede pagar una habitación?”, dice, con voz baja.
FUTURO CON EMPATÍA
La escasez de trabajadores sociales en el condado es crítica. A finales de 2023, 65 de los 361 puestos con carga de casos estaban vacantes, según un informe del condado. En áreas sensibles como respuestas de emergencia infantil, la necesidad es aún más urgente.
La Universidad de San José responde con cifras contundentes: más de 450 estudiantes de posgrado en trabajo social, 175 de licenciatura y convenios con 500 agencias en todo el estado.
Y aunque sus edificios de ciencias sociales no brillan como los de tecnología, su impacto es tan profundo como silencioso.
“Las aulas no tienen ventanas, el aire acondicionado hace más ruido que el profesor. Pero la educación que recibí me cambió la vida —y ahora, cambio la vida de otros”, dice Smith.
CON SENTIDO HUMANO
En un Silicon Valley que redefine sus prioridades, la Universidad de San José lidera formar profesionales que no buscan construir el próximo unicornio tecnológico, sino sostener el alma de una comunidad herida por desigualdades y crisis de vivienda.
Porque cuando un niño necesita protección, una madre pide ayuda, o un adulto mayor está solo, no es un algoritmo quien responde. Es un trabajador social.