Para Robert, conseguir una habitación en un motel después de años de vivir en la calle fue, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de alivio. Una cama propia, una puerta que podía cerrar y un baño con agua caliente parecían el inicio de una nueva vida. Hoy, ese pequeño respiro se ha convertido en una nueva fuente de angustia: debe dejar su habitación y aceptar una “tiny home” o enfrentar el desalojo.
Robert, residente del Casa Linda Motel, forma parte de los cientos de personas que fueron trasladadas este verano desde el mayor campamento de personas sin hogar de San José, en Columbus Park, a cinco moteles convertidos en refugios temporales. Ahora, la organización operadora HomeFirst les ha pedido firmar un acuerdo: abandonar los moteles y mudarse a pequeñas casas prefabricadas a medida que haya espacio disponible. Quienes no acepten el traslado, enfrentan la posibilidad real de volver a la calle.
“Realmente no nos dieron opción. Era aceptar una casita o salir”, relató Robert. Para él, las tiny homes no representan un verdadero avance frente a la vida en la intemperie. Teme reglas aún más estrictas que las que ya vivió en el motel, donde —según cuenta— hubo inspecciones invasivas, restricciones de visitas y, al inicio, un toque de queda que lo hacía sentir “como en una prisión”.
La historia de Robert no es única. Amanda Flores, residente del Motel 6, admite que la situación es dolorosamente ambigua. Agradece tener un techo y una ducha, pero se siente limitada en su libertad cotidiana. “Siento que estamos encerrados, pero el personal es muy amable”, dijo, reflejando una contradicción que resume la experiencia de muchos: gratitud por la ayuda, pero cansancio por las reglas.
Desde HomeFirst, su vocera Fiona Brodie aseguró que no existe toque de queda y que las personas pueden entrar y salir libremente. También explicó que la restricción de visitas se evalúa especialmente durante los primeros meses de operación de cada sitio. Sin embargo, señaló que las decisiones sobre traslados las toma el Departamento de Vivienda de la ciudad, no la organización.
Para la ciudad de San José, este proceso forma parte de lo que llaman un “modelo de transición”. La vocera del Departamento de Vivienda, Sarah Fields, defendió el sistema: “Está diseñado para encontrar a las personas donde están, y brindarles más apoyo a medida que se estabilizan”. En teoría, las tiny homes representarían un paso más estructurado hacia una vivienda permanente.
Pero no todos están convencidos. La defensora de personas sin hogar, Jennette Holzworth, advirtió que obligar a firmar acuerdos bajo la amenaza del desalojo “les quita la humanidad y la autonomía”. “Cuando se trata a las personas como un solo grupo uniforme, muchas se quedan atrás”, afirmó.
En los próximos meses, el control de algunos moteles pasará a otras organizaciones, como PATH y WeHOPE. Esta última ha prometido un enfoque más humano y participativo. Su directora de operaciones, Alicia García, subrayó la importancia de la confianza: “El mayor obstáculo al trabajar con personas sin hogar es que han sido falladas muchas veces. Lo más importante es que se sientan escuchadas”.
Más allá de los tecnicismos, esta historia es, ante todo, la de personas que buscan estabilidad en medio de la incertidumbre. Cada traslado forzoso reabre heridas, refuerza miedos y pone a prueba la frágil confianza en el sistema. Para quienes han vivido años en la calle, un hogar no es solo un techo: es dignidad, control sobre su propia vida y la posibilidad real de empezar de nuevo.
